Hoy, un historia
Julio la mira, de reojo, pero ella no se da cuenta. Sofía parece demasiado risueña, entre gente y copas de cava, como para fijarse en la desgracia ajena.
Es preciosa, nunca ha dejado de serlo, está seguro, aunque haga años que no la ve. Sus manos siguen siendo finas, sus ojos brillantes y su sonrisa sincera. Es quizás eso lo que siempre más le gustó de ella, sus eternas ganas de ser feliz.
Julio, en cambio, tiene mala cara. Hace días que no duerme bien y tiene problemas en el trabajo. Todo se le ha vuelto monótono y ya no tiene ilusión por vivir. Sus últimas esperanzas fueron depositadas, justamente, en éste día. Al ver la carta de “cena de antiguos alumnos” en su buzón sintió, por un instante, aquellos nervios en la barriga que ya había olvidado. Parecía que la vida le daba una segunda oportunidad. Pero, por desgracia, sólo lo parecía…
Sofía había cambiado. Antes Julio era el único que veía su belleza, camuflada entre vestidos anchos y gafas de botella. Sus compañeros solían reírse de su pésimo gusto, aunque eso jamás le importo. Al estar a su lado le era indiferente lo que los demás pudieran opinar. Era su historia, suya y de nadie más. Eso les gustaba. Ellos se creían los únicos conocedores de esa felicidad tan absoluta que se encuentra con un mero y simple roce de las manos. Eran egoístas. Quisieron comerse el mundo sin molestarse antes en conocerlo. Quizás fuera justamente eso lo que hizo que todo se derrumbara, que todo saliera mal. Quizás, simplemente, fue el destino. Pasó porque tenía que pasar. Era más fácil aceptar las cosas sin más que buscar culpables.
La única certeza es que, ahora, Julio mira a Sofía y le cuesta creer que un día ella estuvo entre sus brazos. Está más alta, más esbelta, más cuidada. Aunque Julio la prefería antaño, cuando sólo él sabía su valía. No le gusta tener que compartirla, quisiera ser el único que la mirase de forma especial. Siente celos al ver el deseo con que la miran los otros hombres.
A Julio le gustaría acercarse a Sofía y decirle que la ha echado de menos, que no ha cesado de buscarla en otras mujeres; pero es incapaz. Porque siente que ya no encaja en su vida. Que ella es demasiado para alguien tan vulgar como él y que lo único que puede hacer es observarla a lo lejos.
Además está ese anillo, ¡ese horrendo anillo posado en su dedo anular! Julio siente envidia de ese desconocido que despierta cada día con ella entre sus brazos.
O eso quiere creer, porque, la verdad, es que la razón por la cual Julio no se aproxima a Sofía, la razón por la que su boca sigue estando callada es porque ya no la ama, porque jamás la ha echado de menos y porque sólo quiere recuperarla para no aceptar su derrota. Para no aceptar que está solo, que jugó mal sus cartas. Por mero orgullo. Si Julio fuese sincero consigo mismo entendería que sólo quiere reconstruir el pasado para encontrarse a si mismo. Que quiere recuperar aquella ilusión que dejó escapar mientras crecía. Por eso se engaña, por eso Julio aún cree que desea, con todo su corazón a Sofía. Por eso la mira y la ve cambiada cuando, en realidad, el único que ha cambiado es él.
Pues Sofía lo mira y desea que él se acerque y no logra comprender porque no lo hace. Ella no podía habérselo dejado más claro. Se ha puesto en el anular aquel anillo con el que, en una tarde lejana, él le pidió matrimonio y se ha arreglado, peinado y vestido de gala, todo para él, para que la vea preciosa. Quiere que Julio venga y le diga que la ha echado de menos, que ahora si que está preparado para vivir a su lado y no volverá a huir. Sofía cree, de veras, que el tiempo ha conseguido lo que ella fue incapaz, que él deje el miedo al compromiso atrás. Pero es demasiado ilusa.
Él no vendrá y la fiesta acabará. Y volverán a sus casas, solos.
Es preciosa, nunca ha dejado de serlo, está seguro, aunque haga años que no la ve. Sus manos siguen siendo finas, sus ojos brillantes y su sonrisa sincera. Es quizás eso lo que siempre más le gustó de ella, sus eternas ganas de ser feliz.
Julio, en cambio, tiene mala cara. Hace días que no duerme bien y tiene problemas en el trabajo. Todo se le ha vuelto monótono y ya no tiene ilusión por vivir. Sus últimas esperanzas fueron depositadas, justamente, en éste día. Al ver la carta de “cena de antiguos alumnos” en su buzón sintió, por un instante, aquellos nervios en la barriga que ya había olvidado. Parecía que la vida le daba una segunda oportunidad. Pero, por desgracia, sólo lo parecía…
Sofía había cambiado. Antes Julio era el único que veía su belleza, camuflada entre vestidos anchos y gafas de botella. Sus compañeros solían reírse de su pésimo gusto, aunque eso jamás le importo. Al estar a su lado le era indiferente lo que los demás pudieran opinar. Era su historia, suya y de nadie más. Eso les gustaba. Ellos se creían los únicos conocedores de esa felicidad tan absoluta que se encuentra con un mero y simple roce de las manos. Eran egoístas. Quisieron comerse el mundo sin molestarse antes en conocerlo. Quizás fuera justamente eso lo que hizo que todo se derrumbara, que todo saliera mal. Quizás, simplemente, fue el destino. Pasó porque tenía que pasar. Era más fácil aceptar las cosas sin más que buscar culpables.
La única certeza es que, ahora, Julio mira a Sofía y le cuesta creer que un día ella estuvo entre sus brazos. Está más alta, más esbelta, más cuidada. Aunque Julio la prefería antaño, cuando sólo él sabía su valía. No le gusta tener que compartirla, quisiera ser el único que la mirase de forma especial. Siente celos al ver el deseo con que la miran los otros hombres.
A Julio le gustaría acercarse a Sofía y decirle que la ha echado de menos, que no ha cesado de buscarla en otras mujeres; pero es incapaz. Porque siente que ya no encaja en su vida. Que ella es demasiado para alguien tan vulgar como él y que lo único que puede hacer es observarla a lo lejos.
Además está ese anillo, ¡ese horrendo anillo posado en su dedo anular! Julio siente envidia de ese desconocido que despierta cada día con ella entre sus brazos.
O eso quiere creer, porque, la verdad, es que la razón por la cual Julio no se aproxima a Sofía, la razón por la que su boca sigue estando callada es porque ya no la ama, porque jamás la ha echado de menos y porque sólo quiere recuperarla para no aceptar su derrota. Para no aceptar que está solo, que jugó mal sus cartas. Por mero orgullo. Si Julio fuese sincero consigo mismo entendería que sólo quiere reconstruir el pasado para encontrarse a si mismo. Que quiere recuperar aquella ilusión que dejó escapar mientras crecía. Por eso se engaña, por eso Julio aún cree que desea, con todo su corazón a Sofía. Por eso la mira y la ve cambiada cuando, en realidad, el único que ha cambiado es él.
Pues Sofía lo mira y desea que él se acerque y no logra comprender porque no lo hace. Ella no podía habérselo dejado más claro. Se ha puesto en el anular aquel anillo con el que, en una tarde lejana, él le pidió matrimonio y se ha arreglado, peinado y vestido de gala, todo para él, para que la vea preciosa. Quiere que Julio venga y le diga que la ha echado de menos, que ahora si que está preparado para vivir a su lado y no volverá a huir. Sofía cree, de veras, que el tiempo ha conseguido lo que ella fue incapaz, que él deje el miedo al compromiso atrás. Pero es demasiado ilusa.
Él no vendrá y la fiesta acabará. Y volverán a sus casas, solos.
Bonita foto y triste historia. ¿Cuántas más habrá como ellas? (pregunta retórica)
ResponEliminaXau,xau
miss drama vuelve a la acción ¿Algún dia tus personajes serán felices?
ResponElimina