dimecres, 21 d’abril del 2010
Historia
La luz se apaga. El cielo oscurece. Mi mente ennegrece. Todo se vuelve confuso.
Ella está allí. Preciosa, como siempre, sólo que algo más pálida. Sus ojos me miran amenazantes, pero yo le devuelvo la mirada, sin miedo. No entiendo porque no ha venido a recibirme al volver del trabajo, porque no me ha preparado la comida.
Le grito que se mueva, que me haga la cena, pero ella no parece que vaya a levantarse. Está cansada. Al fin y al cabo, hoy le ha sido un día muy duro. Pero eso no es excusa, no para mí. Así que vuelvo a alzar la voz, para ordenarle que se disculpe. Le aviso que es la última vez que le hablo, que sino deberá atenerse a las consecuencias, y que estas no serán agradables. Pero mi voz calla, y el silencio vuelve a apoderarse de la estancia. Sus ojos me siguen mirando, fríos, pero de su boca no sale la más mísera palabra.
La furia empieza a dominarme.
Me acerco y la balanceo, con fuerza, sin importarme el daño que pudiera ocasionarle. Yo sólo le pido que cumpla mis deseos. ¡Sólo eso! ¿Por qué no lo hace? Es simple, es fácil, es natural. ¿Por qué sigue sin moverse?
Al final me canso de proseguir un movimiento que se torna inútil. Y unas finas lágrimas empiezan a resbalar por mis ojos. Y lloro, cual un niño. Porque todo es inútil. Y, entonces, dirijo mi mirada hacía la mesa y agarro un puñado de pastillas y las sostengo en mi mano, largo rato. Son somníferos. Aún recuerdo cuando el doctor se los receto. Yo la había acompañado. Decía que tenía pesadillas, y que no podía dormir calmada. ¿Por qué soy siempre tan iluso? Tan… ¿estúpido?
La miro, de nuevo, tan guapa, en un sueño eterno. Parece que vaya a despertarse en cualquier momento. Pero lleva días así, y no lo hace. Hasta el médico me lo ha dicho… y soy incapaz de perder la esperanza. No puedo creerlo. Vivo con ella y jamás sospeche nada. Ella siempre me sonrió, me abrazó, y me animó cuando flaquee. Y yo, sin embargo, ¡no soy más que un inútil incapaz de haberla salvado! Vivo con ella… ¿Cómo pude no darme cuenta? Ni siquiera se porque lo hizo… porque se quitó la vida así, sin más. Me escribió una carta, diciéndome que me amaba y que no me culpara. ¿Pero… como quiere que no lo haga? La persona que más quiero, la más importante, se va así, sin más. Se va porque yo no era un motivo suficiente como para que se quedara.
Y yo soy el culpable… por no haberla ayudado, por no poder hacer siquiera bien aquello que más deseaba. Quería cuidar de ella, hacerla feliz, sólo eso… y no pude. No pude… y no sirvo de nada.
Lentamente, agarro de nuevo los somníferos y me estiro a mi lado. La abrazo y, lentamente, pongo aquellas pequeñas pastillas en mi boca, una tras de otra, hasta acabar cuatro frascos. Uno más que ella. Prometí estar a su lado hasta que la muerte nos separara, pero eso no me parece suficiente. Porque la vida sin ella, no tiene sentido. Y, lentamente, todo se vuelve negro… a su lado.
diumenge, 11 d’abril del 2010
Renoir
Miro ese cuadro. Y sonrío. Y una inmensa calidez me invade. Sin duda, ella es un Renoir.
A primera vista es un dibujo más, entre tantos del museo, pero por alguna razón, mis ojos no pueden levantarse de él. Es como si al estar admirándolo todos los problemas quedaran en un segundo plano y ya nada importara, Hay luz, hay comprensión. Cada uno de sus trazos ha sido pintado por alguna razón.
Ese cuadro me estaba esperando. Es una estupidez pensarlo, con la de gente que surca día a día estos pasillos. Pero ellos, estúpidos, no se detienen a mirarlo. No como yo. Estoy segura. Porque si lo hicieran no podrían seguir andando. Se quedarían siempre ahí, a su lado. Porque ese cuadro es especial. Porque ella es única.
Es bella, es interesante, es sensible, es perfecta. Y me conoce mejor que nadie.
Así que sigo ahí, mirando ese Renoir, durante toda mi vida, porque no puedo prescindir de ella.